Blog educativo para los alumnos de la escuela secundaria técnica 26 Miguel Hidalgo y Costilla
martes, 15 de enero de 2013
LAS VACAS DE QUIVIQUINTA
Los perros de Quiviquinta tenían hambre; con el lomo corvo y la nariz hincada en los baches de las callejas, el ojo alerta y el diente agresivo, iban los perros de Quiviquinta; iban en manadas, gruñendo a la luna, ladrando al sol, porque los perros de Quiviquinta tenían hambre…
Y también tenían hambre los hombres, las mujeres y los niños de Quiviquinta, porque en las trojes se había agotado el grano, en los zarzos se había consumido el queso y de los garabatos ya no colgaba ni un pingajo de cecina…
Sí, había hambre en Quiviquinta; las milpas amarillearon antes del jiloteo y el agua hizo charcas en la raíz de las matas; el agua de las nubes y el agua llovida de los ojos en lágrimas.
En los jacales de los coras se había acallado el perpetuo palmoteo de las mujeres; no había ya objeto, supuesto que al faltar el maíz, faltaba el nixtamal y al faltar el nixtamal, no había masa y sin ésta, pues tampoco tortillas y al no haber tortillas, era que el perpetuo palmoteo de las mujeres se había acallado en los jacales de los coras.
Ahora, sobre los comales, se cocían negros discos de cebada; negros discos que la gente comía, a sabiendas de que el torzón precursor de la diarrea, de los ―cursos‖, los acechaba.
— Come, m‘hijo, pero no bebas agua —aconsejaban las madres.
— Las gordas de cebada no son comida de cristianos, porque la cebada es ―fría‖ —prevenían los viejos, mientras llevaban con repugnancia a sus labios el ingrato bocado.
— Lo malo es que para el año que‘ntra ni semilla tendremos —dijo Esteban Luna, mozo lozano y bien puesto, quien ahora, sentado frente al fogón, miraba a su mujer, Martina, joven también, un poco rolliza pero sana y frescachona, que sonreía a la caricia filial de una pequeñuela, pendiente de labios y manecitas de una pecho carnudo, abundante y moreno como cantarito de barro.
— Dichosa ella —comentó Esteban— que tiene mucho de donde y qué comer.
Martina rió con ganas y pasó su mano sobre la cabecita monda de la lactante.
— Es cierto, pero me da miedo de que s‘empache. La cebada es mala para la cría…
Esteban vio con ojos tristones a su mujer y a su hija.
— Hace un año —reflexionó—, yo no tenía de nada y de nadie por que apurarme… Ahoy dialtiro semos tres… Y con l‘hambre que si‘ha hecho andancia.
Martina hizo no escuchar las palabras de su hombre; se puso de pie para llevar a su hija a la cuna que colgaba del techo del jacal; ahí la arropó con cuidados y ternuras. Esteban seguía taciturno, veía vagamente cómo se escapaban las chispas del fogón vacío, del hogar inútil.
— Mañana me voy p‘Acaponeta en busca de trabajo…
— No, Esteban —protestó ella—. ¿Qué haríamos sin ti yo y ella?
— Fuerza es comer, Martina… Sí, mañana me largo a Acaponeta o a Tuxpan a trabajar de peón, de mozo, de lo que caiga.
Las palabras de Esteban las había escuchado desde las puertas del jacal Evaristo Rocha, amigo de la casa.
— Ni esa lucha nos queda, hermano —informó el recién llegado—. Acaban de regresar del norte Jesús Trejo y Madaleno Rivera; vienen más muertos d‘hambre que nosotros… Dicen que no hay trabajo por ningún lado; las tierras están anegadas hasta adelante de Escuinapa… ¡Arregúlale nomás!
— Entonces… ¿Qué nos queda? —preguntó alarmado Esteban Luna.
— ¡Pos vé tú a saber…! Pu‘ay dicen quesque viene máiz de Jalisco. Yo casi no lo creo… ¿Cómo van a hambriar a los de po‘allá nomás pa darnos de tragar a nosotros?
— Que venga o que no venga máiz, me tiene sin cuidado orita, porque la vamos pasando con la cebada, los mezquites, los nopales y la guámara… Pero pa cuando lleguen las secas ¿qué vamos a comer, pues?
— Ai‘stá la cuestión… Pero las cosas no se resuelven largándonos del pueblo; aquí debemos quedarnos… Y más tú, Esteban Luna, que tienes de quen cuidar.
— Aquí, Evaristo, los únicos que la están pasando regular son los que tienen animalitos; nosotros ya echamos a l‘olla el gallo… Ahí andan las gallinas sólidas y viudas, escarbando la tierra, manteniéndose de pinacates, lombrices y grillos; el huevito de tierra que dejan pos es pa Martina, ella está criando y hay que sustanciarla a como dé lugar.
— Don Remigio ―el barbón‖ está vendiendo leche a veinte centavos el cuartillo.
— ¡Bandidazo…! ¿Cuándo se había visto? Hoy más que nunca siento haber vendido la vaquilla… Estas horas ya‘staría parida y dando leche… ¿Pa qué diablos la vendimos, Martina?
— ¡Cómo pa qué, cristiano…! ¿A poco ya no ti‘acuerdas? Pos p‘habilitarnos de apero hor‘un‘año. ¿No mercates la coa? ¿No
alquilates dos yuntas? ¿Y los pioncitos que pagates cuando l‘ascarda?
— Pos ahoy, verdá de Dios, me doy de cabezazos por menso.
— Ya ni llorar es bueno, Esteban… ¡Vámonos aguantando tantito a ver qué dice Dios! —agregó resignado Evaristo Rocha.
Es jueves, día de plaza en Quiviquinta. Esteban y Martina limpiecitos de cuerpo y ropas van al mercado, obedeciendo más a una costumbre, que llevados por una necesidad, impelidos mejor por el hábito que por las perspectivas que pudiera ofrecerles el ―tianguis‖ miserable, casi solitario, en el que se reflejan la penuria y el desastre regional, algunos ―puestos‖ de verduras marchitas, lacias; una mesa con vísceras oliscadas, cubiertas de moscas; un cazo donde hierven dos o tres kilos de carne flaca de cerdo, ante la expectación de los perros que, sobre sus traseros huesudos y roñosos, se relamen en vana espera del bocado que para sí quisieran los niños harapientos, los niños muertos de hambre que juegan de manos, poniendo en peligro la triste integridad de los tendidos de cacahuates y de naranjas amarillas y mustias.
Esteban y Martina van al mercado por la Calle Real de Quiviquinta; él adelante, lleva bajo el brazo una gallinita ―búlique‖ de cresta encendida; ella carga a la chiquilla. Martina va orgullosa de la gorra de tira bordada y del blanco roponcito que cubre el cuerpo moreno de su hijita.
Tropiezan en su camino con Evaristo Rocha.
— ¿Van de compras? —pregunta el amigo por saludo.
— ¿De compras? No, vale, está muy flaca la caballada; vamos a ver que vemos… Yo llevo la ―búlique‖ por si le hallo marchante… Si eso ocurre, pos le merco a ésta algo de ―plaza‖…
— ¡Que así sea, vale… Dios con ustedes!
Al pasar por la casa de don Remigio ―el barbón‖, Esteban detiene su paso y mira, sin disimular su envidia, cómo un peón ordeña una vaca enclenque y melancólica, que aparta con su rabo la nube de moscas que la envuelve.
— Bien‘haigan los ricos… La familia de don Remigio no pasa ni pasará hambre… Tiene tres vacas. De malas cada una dará sus tres litros… Dos p‘al gasto y lo que sobra, pos pa venderlo… Esta gente sí tendrá modod de sembrar el año que viene; pero uno…
Martina mira impávida a su hombre. Luego los dos siguen su camino.
Martina descorteza con sus dientes chaparros, anchos y blanquísimos, una caña de azúcar. Esteban la mira en silencio, mientras arrulla torpemente entre sus brazos a la niña que llora a todo pulmón.
EL DIOSERO Francisco Rojas González
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La gente va y viene por el ―tianguis‖, sin resolverse siquiera a preguntar los precios de la escasa mercancía que los tratantes ofrecen a grito pelado… ¡Está todo tan caro!
Esteban, de pie, aguarda. Tirada, entre la tierra suelta, alea, rigurosamente maniatada, la gallinita ―búlique‖.
— ¿Cuánto por el mole? —pregunta un atrevido, mientras hurga con mano experta la pechuga del avecita para cerciorarse de la cuantía y de la calidad de sus carnes.
— Cuatro pesos —responde Esteban…
— ¿Cuatro pesos? Pos ni que juera ternera…
— Es pa que ofrezcas, hombre…
— Doy dos por ella.
— No… ¿A poco crés que me la robé?
— Ni pa ti, ni pa mí… Veinte reales.
— No, vale, de máiz se los ha tragado.
Y el posible comprador se va sin dar importancia a su fracasada adquisición.
— Se l‘hubieras dado, Esteban, ya tiene la güevera seca de tan vieja —dijo Martina.
La niña sigue llorando; Martina hace a un lado la caña de azúcar y cobra a la hija de los brazos de su marido. Alza su blusa hasta el cuello y deja al aire los categóricos, los hermosos pechos morenos, trémulos como un par de odres a reventar. La niña se prende a uno de ellos; Martina, casta como una matrona bíblica, deja mamar a la hija, mientras en sus labios retoza una tonadita bullanguera.
El rumor del mercado adquiere un nuevo sonido; es el motor de un automóvil que se acerca. Un automóvil en Quiviquinta es un acontecimiento raro. Aislado el pueblo de la carretera, pocos vehículos mecánicos se atreven por brechas serranas y bravías. La muchachada sigue entre gritos y chacota al auto que, cuando se detiene en las cercanías de la plaza, causa curiosidad entre la gente. De él se apea una pareja: el hombre alto, fuerte, de aspecto próspero y gesto orgulloso; la mujer menuda, debilucha y de ademanes tímidos.
Los recién llegados recorren con la vista al ―tianguis‖, algo buscan. Penetran entre la gente, voltean de un lado a otro, inquieren y siguen preocupados su búsqueda.
Se detienen en seco frente a Esteban y Martina; ésta, al mirar a los forasteros se echa el rebozo sobre sus pechos, presa de súbito rubor; sin embargo, la maniobra es tardía, ya los extraños habían descubierto lo que necesitaban:
EL DIOSERO Francisco Rojas González
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— ¿Has visto? —pregunta el hombre a la mujer.
— Sí —responde ella calurosamente—. ¡Ésa, yo quiero ésa, está magnífica…!
— ¡Que si está! —exclama el hombre entusiasmado.
Luego, sin más circunloquios, se dirige a Martina:
— Eh, tú, ¿no quieres irte con nosotros? Te llevamos de nodriza a Tepic para que nos críes a nuestro hijito.
La india se queda embobada, mirando a la pareja sin contestar.
— Veinte pesos mensuales, buena comida, buena cama, buen trato…
— No —responde secamente Esteban.
— No seas tonto, hombre, se están muriendo de hambre y todavía se hacen del rogar —ladra el forastero.
— No —vuelve a cortar Esteban.
— Veinticinco pesos cada mes. ¿Qui‘húbole?
— No.
— Bueno, para no hablar mucho, cincuenta pesos.
— ¿Da setenta y cinco pesos? Y me lleva a ―media leche‖ —propone inesperadamente Martina.
Esteban mira extrañado a su mujer; quiere terciar, pero no lo dejan.
— Setenta y cinco pesos de ―leche entera‖… ¿Quieres?
Esteban se ha quedado de una pieza y cuando trata de intervenir, Martina le tapa la boca con su mano.
— ¡Quiero! —responde ella. Y luego al marido mientras le entrega a su hija—: Anda, la crías con leche de cabra mediada con arroz… a los niños pobres todo les asienta. Yo y ella estamos obligadas a ayudarte.
Esteban maquinalmente extiende los brazos para recibir a su hija.
Y luego Martina con gesto que quiere ser alegre:
— Si don Remigio ―el barbón‖ tiene sus vacas d‘ionde sacar el avío pal‘año que‘ntra, tú, Esteban, también tienes la tuya… y más rendidora. Sembraremos l‘año que‘ntra toda la parcela, porque yo conseguiré l‘avío.
— Vamos —dice nervioso el forastero tomando del brazo a la muchacha.
Cuando Martina sube al coche, llora un poquitín.
La mujer extraña trata de confortarla.
— Estas indias cora —acota el hombre— tienen fama de ser muy buenas lecheras…
El coche arranca. La gente del ―tianguis‖ no tiene ojos más que para verlo partir.
Esteban llama a gritos a Martina. Su reclamo se pierde entre la algarabía.
Después toma el camino hacia su casa; no vuelve la cara, va despacio, arrastrando los pies… Bajo el brazo, la gallina ―búlique‖ y, apretada contra el pecho, la niña que gime huérfana de sus dos cantaritos de barro moreno.
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Está bastante padre, en mi opinión. Habla acerca de una madre india, están en un lugar que se encuentra en sequía, en la crisis total, los indios tratan de vender sus pocas pertenencias en el mercado, la tienda principal tiene precios estratosféricos y probablemente no sobrevivan. Los personajes principales era una familia se encontraba en el mercado vendiendo una gallina que daban en 4 pesos, cuando súbitamente llegó un carro echando una gran polvareda tras de sí, y de él bajó un blanco que buscó entre toda la gente hasta avistar a la madre de la familia en cuestión. Compró la leche de la señora en 75 pesos al mes, para amamantar a su hijo que seguramente se quedó sin mamá.
ResponderEliminarCreo que ya había oído algo parecido, eso de que se pagan a otras señoras para amamantar a hijos que de alguna manera no los pueden alimentar sus propias mamás. Me parece mala onda que la hija pueda morir por no tener a su mamá cerca, sin embargo probablemente en el pueblo puede pedírsele a alguien más ayuda, con 75 pesos, se hacen ricos los señores.
Creo que todos los cuentos del diosero hablan de comunidades indígenas y que son muy pobres todos cada cuento tiene los suyo pero todos son indígenas creo que es algo muy bonito eso, nuestro mexico hablando de lo que en realidad pasa en forma de cuentos me parece algo muy extraordinario
Las vacas de quiviquinta
ResponderEliminarLos perros de quiviquinta se estaban muriendo de hambre estaban alerta & con sus colmillos o dientes agresivos ..
le gruñían a la luna & le ladraban al sol .... también los habitantes de quiviquinta tenían hambre ya no tenían maíz almacenado ni carne colgada ya no sonaban las manos que torteaban pues las milpas ya se habían puesto amarillas y ya no podían sacar de hay la masa ahora solo sobre sus comales cocían discos negros de cebada sin importarles que les daría diarrea o retosijones en la pansa
las mamas les decían que comieran pero sin tomar agua por que les dolería la pansa con la cebada y el agua.
Esteban luna dijo lo malo es que para el próximo año no tendremos ni semillas para sembrar mientras miraba a su esposa que estaba joven y entre sus brazos cargaba a una pequeña bebe morena que estaba amamantándose de su madre martina el papa dijo que su hija tenia suerte mientras tomaba la leche de su madre por que si no la tuviera con la cebada se enfermaría por que a los niños pequeños les hace daño y dijo esteban y pensar que hace un año solo era yo y ahora somos tres (el su mujer y su hija) el pensó en irse a otro pueblo a trabajar para sacar de donde comer pero su mujer le dijo que no... evaristo rucho le dijo que ni esa lucha quedaba por que habían vuelto otras personas peor que ellos que por que tampoco había trabajo
Don remigio el barbón vendía leche a 20 centavos el cuartillo esteban dijo ratero o bandido el se arrepintió de haber vendido su vaca si no la hubiera vendido estaría parida y dando leche
El jueves esteban y martina iban a la plaza de quiviquinta iban los dos muy limpios y martina orgullosa y feliz por que su hija de piel morenita llevaba puesta una gorra bordada y un roponcito blanco .. en el camino se encontraron con evaristo y les pregunto ¿de compras? que va responden somos mas pobres que nada ya después escucharon un motor de un carro que aceleraba en quiviquinta era raro que un carro anduviera por hay pues la carretera les quedaba retirado . se bajaron una pareja que miraban fijamente los puestos buscando algo después se quedaron viendo fijamente a martina y la mujer dijo es perfecta no cres ? y el hombre esta perfecta después se dirigieron hacia martina le dijeron que si se iba con ellos la llebaria de nodriza para criar a su hijito rápidamente esteban dijo que no le ofrecieron 20 pesos al mes y le darían buena comida y todo esteban volvió a decir que no y uno dijo no seas tonto estas viendo que se mueren de hambre y aun se hacen del rogar aun a si dijo que no después de tanto negociar se quedo en 75 pesos y ella acepto a si tendrían dinero y tendrían que comprar y ella se subió al coche y se fue
Inicialmente en el cuento se menciona que se encuentran en la comunidad de Quiviquinta que está pasando por una cuestión de hambre
ResponderEliminarTenían hambre los hombres, las mujeres y los niños de Quiviquinta, porque se había agotado el grano, se había consumido el queso y de los garabatos ya no colgaba ni un pingajo de cecina”
Lo cual concuerda con lo que menciona Jesús diciendo que la Cora es esencialmente agricultora y ganadera. En las partes bajas siembran maíz, fríjol y calabaza además de melón, sandía, caña de azúcar, cacahuate, pepino, jícama, chile y jitomate. La actividad más importante es la ganadería. Crían ganado bovino, ovino, caprino...
Las vacas de Quiviquinta: Habla acerca de una madre india están en un lugar que se encuentra en sequía, en la crisis total, los indios tratan de vender sus pocas pertenencias en el mercado, la tienda principal tiene precios muy altos y probablemente no sobrevivan. una familia se encontraba en el mercado, El jueves esteban y martina iban a la plaza de quiviquinta iban los dos muy limpios y martina orgullosa y feliz porque su hija de piel morenita llevaba puesta una gorra bordada y un roponcito blanco .. En el camino se encontraron con evaristo y les pregunto ¿de compras? que va responden somos mas pobres que nada ya después escucharon un motor de un carro que aceleraba en quiviquinta era raro que un carro anduviera por hay pues la carretera les quedaba retirado
Las Vacas de Quiviquinta
ResponderEliminarEsta historia se me hizo interesante pero no tanto como la de “La Tona” Bueno me gusto mucho
como la narran por que describen muy detalladamente como son las cosas como suceden y dan
muchos sinónimos cuando se trata de describir algo importante en la historia. Bueno la historia
trata de que en el pueblo de Quiviquinta no había nada para comer solo comían cebada entonces
Esteba Luna Casado con Martina fue a buscar al tianguis si había algo de comer buscaba y buscaba
y no encontraba nada mientras tanto Martina amamantaba a su bebe, Esteban buscaba y Martina
al no darse cuenta que venia una pareja y que sin querer le vieron el pecho con el que daba leche
a su bebe, Esteban les platico sobre su situación de que no tenían dinero para comprar comida y
ellos le ofrecieron comida y buen mantenimiento si a cambio Martina amamantaba a su bebe ella
acepto y ahí quedo su hija con su papa extrañando los pechos de su mama .
En especial esta historia se me hizo interesante por que junta el como Martina se preocupa por su
bebe por que hará lo que sea por tener dinero y el como no se preocupa por que a pesar de que
esta pequeña la deja con su padre para como quien dice pueda trabajar! En lo personal El cuento
es interesante para mi y me gusta!
Andyy Palomaa Garcia Sanndoval♥! paloma.garcia.3a.tm@gmail.com
Las Vacas De Quiviquinta
ResponderEliminarEste cuento trata sobre la vida de una familia pobre del pueblo de quiviquinta, llego un momento en el que el pueblo ya no había nada de comida y sufrían por hambre, ya no había maíz ni queso. No había maíz y por lo tanto tampoco había nixtamal y tampoco tortillas entonces no tenían comida y tenia que comer cebada.
Tuvieron un bebe y su única comida era la leche de su madre, no tenían para mantenerla, estaban desesperados, pero se les ocurrió algo. Ellos tenían una vaca y decidieron vendérsela a la don remigio “el barbon”. Pero vendiendo la vaca no se soluciono el problema, ellos seguían sin poder comer ni mantener a su hija entonces, Esteban el padre de familia decidió irse a trabajar a Tuxpan y Acaponeta, pero le avisaron por hay que no había trabajo. El hombre decepcionado decidió quedarse en el pueblo a ver que hacia.
Después al poco tiempo el jueves día de quiviquinta, iban los dos limpiecitos y con ropa muy limpia, esteban llevaba a la gallina debajo del brazo. Ellos se dirigían al mercado, la gente pasaba y pasaba y nadie se fijaba en la mercancía de ellos, un atrevido le pregunta cuanto por el mole, ella contesta 4 pesos, 4 pesos pues ni que fuera ternera, en fin empiezan a negociar y al final no compra nada.
La niña estaba llorando y Martina laza su camisa hacia arriba y deja sus pechos descubiertos, la niña empieza a mamar, entonces se ve que entra un carro al pueblo, era algo asombroso porque ningún carro se atreve a entrar por esas brechas y caminos, el carro va lento, se detiene y empieza a mirar, señala a Martina y dice ella: ella me gusta para que cuide a los niños empiezan a negociar el salario y al final quedo en 75 pesos mensuales. Esteban no quería que ella se fuera a trabajar, pero esa era la única forma de conseguir dinero y decidió irse a la casa de los señores ricos. Esteban muy triste se fue con la niña apretada al pecho y la gallina colgada en la otra mano.
Esta historia trata de que en el pueblo de quiviquinta están en total sequia no hay maíz para sembrar por lo tanto no hay con que hacer las tortillas y lo único que se cocían hay en los comales eran negros discos de cebada, y madres aconsejaban a sus hijos: come hijo pero no bebas agua las gordas de cebada no son comida de cristianos, porque la cebada es fría prevenían los viejos, mientras llevaban con repugnancia a sus labios el ingrato bocado.
ResponderEliminarLos habitantes del lugar estaban desesperados ya que no hay para comer y por lo tanto tampoco hay trabajo, pero para acabarla de amolar si se van a los pueblos que hay ay a los alrededores tampoco pueden porque según dicen tampoco hay trabajo y llegan peor de cómo se fueron. Además hay los únicos que no pasaban tanta hambre como los damas eran aquellos señores que tenía y criaban animales pues no solo era para su consumo sino también para vender.
Los personajes principales de esta historia son Esteban y Martina con una pequeña hijita Estaban un pueblerino pobre y Martina igual pero ella es una mujer muy hermosa la más bonita del pueblo.
Era jueves día de plaza en quiviquinta y Martina y Estaban limpios de cuerpo y cara fueron al tianguis Esteban llevaba una gallina iban a ver que veían y de paso a ver si alguien le compraba su gallina de repente se escucha el sonido de un auto lo cual era un poco extraño porque por allá no iba mucha gente los que llegaron se viajaron y apuntaron a Martina la quería llevarse para que fuera la sirvienta Esteban por supuesto lo rechazo poro cuando dijo que le iban a pajar 50 pesos Martina no lo pensó tanto y se fue dejando a Esteban con la niña.