Atardecía
en Chalma. Era la víspera del día de Reyes. Sobre las baldosas de cantera
rosada que cubren el piso del atrio del Santuario, habían desfilado muchas ―compañías‖
de danzantes: los otomíes de las vegas de Meztitlán ejecutaron, en su turno y
al son de los tamboriles y pitos de carrizo, el baile bárbaro de ―Los Tocotines‖;
los matlazincas de Ocuilán ensayaron la danza de ―La Mariposa y la Flor‖, con
melodías de violines y arpas; los pames de San Luis, cubiertos sus rostros con
máscaras terribles y empenachados de plumas de águila, lucieron sus trajes de
lustrina morada y amarilla en la danza de ―La Conquista‖, entre alaridos
calosfriantes y guaracheo rotundo. Una cuadrilla de muchachas aztecas de
Mixquic, llenas de encogimientos y rubores, ofrendaron al trigueño crucificado
retablos floridos e incensarios humeantes de mirra. Un caballero tepehua del
norte de Hidalgo, metido en levita porfiriana y cubierto con cachucha de
casimir a cuadros, había puesto a prueba la habilidad de sus pies desnudos en
una pantomima estridente y ridícula. La orquesta de tarascos llegada desde
Tzintzuntzan ejecutó durante largas horas ―Nana Amalia‖, esa cancioncilla
pegajosa que habla de amores y de ―sospiros‖.
Ahora que atardecía en Chalma,
ahora que el estupendo crepúsculo ondeaba en la cúspide de las torres agustinas
como un pendón triunfal, estaban en escena los mazahuas de Atlacomulco.
Danzaban ellos ante el Señor farsa de ―Los Moros y Cristianos‖, de coreografía
descriptiva y complicada; simulábase una batalla entre gentiles y ―los doce
Pares de Francia‖, que encabezaba nada menos que el ―Emperador Carlos Mango‖,
ataviado con ferreruelo y capa pluvial, aderezada con pieles de conejo a falta
de armiños, corona de hojalata salpicada de lentejuelas y espejillos, pañuelo
de percal atado al cuello y botines muy gastados, sobre medias solferinas con
rayas blancas, que sujetábanase con la jareta de los pantalones bombachos. ―Carlos
Mango‖ habíase echado sobre el rostro lampiño unas barbazas de ixtle dorado, y
en sus carrillos de bronce, dos manchones de arrebol y un par de lunares
pintados con humo de ocote.
El resto de la comparsa lo
integraban ―moros‖ por un lado y ―cristianos‖ por el otro, los unos tocados con
turbantes y envueltos en caftanes de manta de cielo, en sus manos alfanjes y
cimitarras de palo dorado con mixtión de plátano; los otros, apuestos
caballeros galos, con lentes deportivos ―niebla de Londres‖ y arrebujados en
capas respingonas al impulso del estoque de mentirijillas; monteras de
terciopelo con penachos de plumas coloreadas con anilinas, polainas de paño y,
por chapines, guaraches rechinadores y estoperolados.
El aspecto y el además de ―Carlos
Mango‖ ganaron mi simpatía; lo seguí en todas sus evoluciones, en su incansable
ir y venir, en sus briosas arremetidas contra los ―infieles‖, en la arrogante
actitud que tomó cuando las ―huestes cristianas‖ habían dispersado a la morisma
y al recitar con voz de trueno esta cuarteta:
Detente moro valiente,
no saltes el muralla,
si quieres llevarte a
Cristo,
te llevas una tiznada…
y finalmente, cuando una vez
terminada la danza, ya al pardear, de rodillas y corona en mano, rendía
fervores al crucificado de Chalma en medio de la nave del Santuario. Después lo
vi salir altivo, las barbas y la peluca rubias enmarcaban unos ojos negros y
profundos; la nariz chata, fuerte, sentábase sobre los bigotes alacranados que
se desbordaban sobre una bocaza abierta aún por el jadeo, resultado de la
acalorada danza recién concluida.
Salió mi hombre del templo.
Pude comprobar cómo su presencia impresionaba, igual que a mí, a sus paisanos
los mazahuas que se hallaban dispersos en el atrio. ―Carlos Mango‖ saludaba a
la multitud con grandes ademanes; un chiquillo se llegó hasta las piernas
robustas del danzante y tocó con veneración las pieles que adornaban el atavío
maravilloso; mas ―Carlos Mango‖ apartó con dignidad al impertinente y se
dirigió hacia un extremo del atrio, en donde un grupo de mujeres y niños
habíanse acurrucado unos en otros, echados sobre el suelo, tratando de
conservar lo mejor posible el calorcillo que generaba la hoguera a la que
alimentaban con ramas resinosas.
A poco, mi admirado personaje
hacía añicos sus propios encantos. Ante mis ojos sorprendidos, el hombre se
arrancó la artificiosa pelambre alazana y quedó convertido en un anciano de
rostro cansado y lleno de hondas arrugas; en su boca había relajamientos de
vejez y sólo sus ojos manteníanse vivos, brillantes. Una mujer lo ayudó a
despojarse de los ostentosos ropajes, para dejarlo en calzón y camisa de manta;
otra de sus acompañantes, muy solícita, echó sobre los hombros del viejo un
pesado poncho de lana. Junto a mí, que no perdía detalle de la escena, dos
indios ebrios comentaron:
—
Ora sí que s‘iacabó el Carlos Mango…— Sí, ahoy ya volvió a ser el
pinche de mi compadrito Tanilo Santos… Y Tanilo Santos, entre tanto, buscaba el
calor de la lumbre y dejábase mirar de la gente que lo rodeaba. La noche de enero se había
echado encima; los luceros del cielo invernal de Chalma cintilaban, igual que
los espejos y las lentejuelas que ornaban las monteras y las esclavinas de ―los
doce Pares de Francia. ―Nada atrae más en la noche que
una fogata‖… Al menos esa reflexión me
sirvió para acercarme al corrillo de indios del que era centro Tanilo Santos. ―Nada más estimulante de la
amistad y de la cordialidad que un buen trago de mezcal‖… Al menos esa
convicción me hizo tender la botella a Tanilo Santos, quien aceptó el convite
en silencio y lo generalizó a las viejas que lo rodeaban; todos llevaron la
botella a sus labios. Cuando Tanilo Santos se convenció de que nadie quedaba
sin beber, limpió con la palma de su mano la boca de la botella y me la
devolvió, sin pronunciar palabra… Yo tuve entonces a
seguridad de que Tanilo Santos había mordido la carnada y estaba íntegro en mis
manos. Mañosamente me separé del grupo
y me dirigí hacia la balaustrada del atrio que mira al río. A mis pies el
torrente rugía, las aguas bravas tomaban la curva para abrazar al templo que se
antojaba clavado en un islote; en la otra banda, el monte espeso y sobre él, un
velo de paz… Ahí aguardé confiado que mi artimaña surtiera efecto.
Pasaron largos minutos sin que
ocurriera la reacción esperada… De frustrarse, era necesario urdir otra patraña
para ganarme la confianza del tal Tanilo Santos. Me interesaba hablar con él,
dentro de mi proyectado estudio en torno del concepto que de la divinidad
tienen los indios de la altiplanicie… En Tanilo Santos había yo creído
descubrir al tipo entre patriarca y santón, entre autoridad y hechicero, con
influencias absolutas sobre su gente y, por todo ello, magnífico informante.
Ya desesperaba viendo en falla
mi primer intento de trabar charla con el viejo mazahua, cuando lo miré ponerse
de pie y embozarse en su poncho; luego, simulando gran indiferencia, echó a
andar hasta llegar a la balaustrada, pero bien distante de mí. Así se acodó,
miró las estrellas un buen rato, después volvió los ojos a la negrura donde el
río se debatía y acabó por lanzar un guijarro entre las sombras. Yo lo miraba
de soslayo, fingiendo no haber reparado en él; sabía que de un momento a otro
Tanilo Santos vendría con ánimos de reanudar sus relaciones amistosas con… la
botella de aguardiente. Pero ya estaba junto a mí; entre sus dedos palpitaba
luz una luciérnaga. El hombre obsequiosamente me tendió el insecto, al tiempo
que decía:
— Póngala su mercé en su
sombrero.
Lo complací, pero la
luciérnaga, al verse libre, emprendió el vuelo; allá fue río traviesa, era
estrellita fugaz de trayectoria horizontal.
Tanilo Santos reía alegremente;
yo aguardaba su demanda engreído por mi triunfo.
— ¿Va su buena persona a
esperar a los de Xochimilco?
— Si, quiero oírlos cantar sus ―Mañanitas
al Señor‖…
— Van a llegar al alba…
— Para uno que madruga, el otro
que no se acuesta… Además la noche está hermosísima.
Tanilo Santos lió un cigarrillo
de hoja e hizo el socaire con sus manos para encenderlo entre enérgicas y
ruidosas chupadas.
— ¿Qué dice Atlacomulco, Tanilo
Santos? —pregunté.
— Humm… Pos allá se quedó
—repuso el viejo un poco desconfiado. Luego, tornado a su aspereza, se volvió hacia
el río, escupió grueso y echóse sobre la barda de piedra ignorándome
absolutamente.
Creí
llegado el momento de esgrimir un recurso heroico: extraje del bolso trasero de
mi pantalón la botella de aguardiente; la puse frente a mis ojos, la agité, le
quité el corcho y olí, hice muestras muy elocuentes de mi delectación; pegué un
trago, chasqueé la lengua… Todos estos movimientos fueron seguidos por la vista
de Tanilo Santos, parecía un perro hambriento que aguarda el bocado. De pronto
habló: —¿Y qué dice México, patroncito?
— Pues allá se quedó —repuse
secamente al tiempo que sepultaba en mi bolsillo la botella. Sin más, me volví
hacia el río.
Tanilo se quedó desconcertado,
lo que me confirmó en mi opinión de que las cosas iban a pedir de boca.
— Porque allá en Atlacomulco
andamos un poco chuecos, sabe usté… —siguió Tanilo—. A eso casualmente hemos
traído la compañía. Es que don Donato Becerra se ha puesto muy malito y no lo
salvará más que un milagro del Santo de Chalma… A eso hemos venido todos en
junta; a pedirle que nos lo alivie… ¿Hace su frillito, verdá?
— Hace —contesté.
Entonces creí oportuno sacra a
Tanilo Santos del suplicio y con ello estimular su lengua. Le tendí la botella,
él bebió concienzudamente; cuando se limpiaba los labios con el dorso de la
mano, me devolvió la botella; apenas la tuve conmigo, cuando ya el indio me
había volteado las espaldas para tornar a su mutismo anterior.
Esperé con calma una nueva
insinuación o una franca solicitud para repetir el trago; pero éstas no
llegaron con la premura que hubiese yo deseado.
Una voz de mujer llamó a Tanilo
Santos; él rezongó un monosílabo y quedó inmóvil, echado sobre la barda. Hubo
otra nueva demanda de parte de las mujeres, que el viejo contestó en términos
tan rudos, tan categóricos, que a leguas se adivinaba su significado aun
desconociendo, como en mi caso, el onomatopéyico idioma mazahua. En el corrillo
hubo murmullos y llantos de niño; mas Tanilo Santos permaneció impávido.
Entre él y yo se mantenía el
silencio, tal si se hubieran desvalorizado totalmente mis añagazas urdidas con
el sano designio de trabar amistad con Tanilo Santos, quien a medida que pasaba
el tiempo volvíase más arisco. Ahora estaba encogido, hecho un ovillo liado en su
poncho de colores; tosía de vez en cuando. Llegó un momento en que creí que el
indio se había olvidado de mí; entonces, para recordarle mi presencia, salté
hasta quedar sentado en la barda; columpié los pies y me puse a chiflar ―Nana
Amalia‖. De pronto, cuando todo lo creía perdido, Tanilo Santos volvióse hacia
mí:
— ¡Esas viejas! ¿No sabe su
mercé de un buen remedio para la muina? Creo que se me han derramao las bilis…
— Hombre —le respondí
alegremente—, para todo mal, mezcal.
Volví a entregarle la botella;
reconocí que esta vez tendría que ser más adulador con Tanilo Santos, y cuando
después de trasegar un trago a gorgoritos,
insistí en que diera otro, ni este convite, ni
el que siguió fueron despreciados. Tanilo Santos intentó volver a su
aislamiento, mas su euforia lo traicionó: —Este milagro sí que no nos lo negará
el Señor de Chalma… Gastamos más de doscientos pesos en la caminata y en
arreglar la danza… ¡Usté dirá! Todos sabemos que este Señor, aunque es milagriento
como todos los diablos, se ha hecho muy carero… Pero yo crio‘que el servicio
que le pedimos queda muy bien pagado. ¿Verdá?
— Es claro —repuse—. ¿Me decía
usted que viene a implorar por la salud de un prójimo?
— Por la salú de don Donatito
Becerra… Todos los mazahuas de Atlacomulco hemos venido al Santuario no más en
ese menester, pa qu‘es más que la verdá. Vea su güeña persona, semos millones
—y señaló a los hombre que en grupitos salpicaban el atrio de Chalma; algunos
dormían, otro en hierática actitud, sedentes, silenciosos, envueltos en sus
sarapes, iguales, manchones sin volúmenes aparentes, fragmentos de greca o
frisos oscuros que enmarcaban al sugestivo espectáculo de las fogatas.
— ¿Quieren mucho a don Donatito
Becerra? —pregunté.
— Es bueno que se alivie
—contestó el indio tras de meditar un poco la respuesta, luego añadió—: ¡Este
diosito de Chalma no se va hacer el faceto…!
— ¿Donato Becerra es amigo de
los mazahuas? —torné a preguntar.
— ¿Pa qué quere usté saber? ¡No
sea curioso! Se lo cuento y a lo mejor va usté con el arguende a Atlacomulco.
— No, no me interesan tanto las
cuestiones de ustedes. ¿Se echa otro trago, Tanilo Santos?
— Pos ya que usté si‘arma, que
venga el último, hay que dejar los asientos pa l‘amanezca… ¿O qui‘opina?
Y la lengua de Tanilo Santos
volvió a aligerarse.
— Hace dos meses que don
Donatito cayó en el ejido mazahua de ―Gracias a Dios‖, arrió con todos los
marranitos y las terneronas y le dio de guamazos al compagrito Cleto Torres…
Cuando juimos todos en junta a poner la queja al Munecipio, don Donatito dijo
que no y que no… que eran puras levas de l‘indidada. ¡Hágame el favor!… Pero
áhi nomás que le cain en su carnicería… Ansinota era el jierro de mi compagrito
Cleto Torres que tenían los cueros de las reses recién destazadas… Pos dijo que
no y que no el indino de don Donatito y tanto juntó po‘aquí y tanto regó
pua‘cá, que acabó por sembrarnos en la cárcel a mí y a mi compagrito Cleto
Torres.
— Bueno, ¿pero es verdá todo
eso, Tanilo Santos?
— Humm, yo no echaría mentiras
tan cerquita del Siñor de Chalma… Pero eso no es nada. L‘otro año se le metió
al endino quesque ser deputao; entonces sí nos tráiba a los mazahuas muy
consentiditos. Que Tanilo Santos pua‘quí, que Tanilo Santos pu‘acá… Yo, buen
baboso, le arrimé harta gente… ¡Millones, pa‘ que‘s más que la verdá! Había que
ver esa plaza de Atlacomulco llena de burros y de cristianos… Mucho pulque,
buena barbacoa, hartas tortillotas de maíz pinto. Camiones y carretas a los
pueblos pa‘carriar a la raza; nos embriagó bonito y nos dio de tragar hasta que
se nos hizo bueno, lo que sea hay que decirse… Pero áhi nomás que le sale otro
candidato, a ese le decía el PRI, y naiden en todo el plan lo conocía… Pero de todas maneras
a don Donatito ni los güesos le tronaron. Luego que pasó la cosa, don Donatito
echaba lumbre por las orejas —¡viera usté nomás! — Y lleno de muina nos mandó
en rialada. Ganamos a pata pa los ranchos… En el mero Cerrito quemado nos
agarró un aguacero que á qué le cuento a usté… y desde entonces don Donatito no
si‘acuerda de sus majes, si no es pa trasquilar la borregada… Dice que la
Revolución y que la Revolución y que el pobretariado nacional y quesque el
Sinarquismo, y al son de su argüende no sabe más que atornillarnos por donde
puede… Ahí‘sta lo que pasó en Tlacotepé… don Donatito se les metió al rancho de
Endhó, sacó a los inditos quesque p‘hacer colonos a los ricos del pueblo… Claro
que él se echó al pico los potreros mejorcitos, al son de qu‘es amigo de los
probes, de esos probes que andan pidiendo limosna ahoy en el mercado de
Tlacotepé, nomás por culpa de don Donatito…
―Pero pior les pasó a los de
Orocutín… Don Donatito andaba apasionado de una tórtola chula, pero que no le
daba d‘alazo al viejo, como luego dicen… Poz áhi tiene usté que una noche
apareció por el rancho de Maguey Blanco, onda dormía la güilota, y cargó con
ella…Entonces dejó malherida a Jelipa Reyes, la madre, y amarró a Ruperto
Lucas, el padre, después de jincarle una santa cueriza… A los seis meses volvió
la tórtola a Maguey Blanco, ansina de panzona… La mandó a pata y sin más
bastimento que‘l que llevaba adentro…‖
―Total, que por sus malas
mañas, don Donatito Becerra es el hombre más rico del pueblo… ¿Y qué er‘antes?
Pos triste jicarero de la casilla de mi compagrito Matías Lobato.‖
— Pero —pregunté— ¿no me dijo
usted que don Donato Becerra está enfermo?
— Enfermo de mala enfermedá…
Verá, en junta todititos los mazahuas, pos de plano resolvimos acabar con don
Donatito, a qu‘en Dios guarde algunos meses más siquiera… La suerte quiso que
los que le sonaron jueran los de Tlacotepé… y l‘otra noche, cuando el hombre
estaba borracho, un pobrecito garriento se le arrimó y le pidió unos centavos;
cuando don Donatito echaba mano a la bolsa, pos nomás le brotaron tres
manchotas de sangre en el lomo… Del pobrecito garriento pos ni se supo
onde jué a parar. Muy malo si‘ha puesto el cristiano, pero ni nosotros los de
Atlacomulco, ni tampoco los de Orocutín, queremos que se pele. Si si‘alivia,
pos la suerte quiso que jueran los de Orocutín quienes le den otra vez pa sus
tunas… Y si por el milagro que ahoy le venemos a pedir todos en junta al Siñor
de Chalma, don Donatito queda con vida, nosotros los de Atlacomulco seremos los
que le suénemos, entonces sí, hasta que se le frunza pa siempre… Ora sí que,
como dijo el dicho, ―a las tres va la vencida‖…
— La cosa está complicada,
Tanilo Santos…
— Ni tanto… ¡El Siñor de Chalma
es carero, pero cumplidorcito!
LA VENGANZA DE CARLOS MANGO
ResponderEliminarESTA HISTORIA TRATA DE UN SEÑOR QUE VA A BAILAR EN LAS VÍSPERAS DEL DÍA DE SANTOS REYES A LA IGLESIA DE CHALMA, A EL SEÑOR DE CHALMA Y OTRO SEÑOR CURIOSO DE SABER CUÁL ES SU VOTO PARA IR A BAILAR LE PREGUNTA A EL ANCIANO QUE SE HACE LLAMAR POR CARLOS MANGO Y ESTE SE NIEGA A CONTESTARLE, LUEGO COMIENZAN A PLATICAR Y LE OFRECE MEZCAL, DESPUÉS DE UN RATO EL SEÑOR CARLOS MANGO LE DICE QUE FUE A BAILAR PORQUE QUERÍA VENGARSE CON UN POLÍTICO DE SU PUEBLO PARA PODER IR A GOLPEARLE . ESTE CUENTO ME PARECIÓ UN POCO ABURRIDO, PORQUE ME PARECE QUE NO ES NECESARIA LA VENGANZA Y PARA MÍ LA VENGANZA ES LA SEÑAL DEL DÉBIL .
Pues nos habla del abuso de las personas que tienen mas alto nivel debido a sus conocimientos, y se aprovechan de la gente que no los tiene que en este caso son los indigenas de esa poblacion.
ResponderEliminarMe gusto porque no habla de sus costumbres como los bailes que tenian para rendir cultos.
Este texto se relaciona con los temas de antropologia indigenista porque nos habla de sus costumbres.
Lamentablemente en muchos lugares de nuestro país, las tradiciones indígenas se han ido perdiendo debido a que los jovenes ya no se interesan en sus raíces y hasta se apenan.
Muchas veces si no es que siempre rezamos cuando queremos algo. Solo lo hacemos al pedir y no al dar gracias. Como el culto a la santa muerte que la busca para muchos favores pues malos y siempre se los cobra de una manera pues mala eso se me hace de lo más espantoso y no creo posible que sea considerado como una religión por ejemplo las sectas.
LA VENGANZA DE CARLOS MANGO
ResponderEliminarsus dioses siguen siendo los de sus ancestros, sus costumbres las mismas desde antes que llegaran los hombres blancos y barbados y aunque sus autoridades tienen que negociar con el gobierno, siguen siendo los ancianos los de mayor jerarquía en las comunidades. El indígena no es la estampa estoica que algunos quieren retratar, ni el cliché del hombre del sombrero inclinado por el sueño. Rojas González nos acerca a la visión de estos pueblos, sobre todo en el norte de México donde son poco entendidas sus costumbres. Todo puede suceder en este universo donde la naturaleza está viva y es una fuerza más, donde la fe es una realidad que se vive y el mundo tiene otro ritmo.
En la víspera de día de Reyes en Chalma danzaron muchas compañías de danzantes, eran los otomíes de Meztitlán que ejecutaban al son de tamboriles y pitos de carrizo “Los Tocotines”; “La Mariposa y la Flor” con el inconfundible sonido de violines y arpas; entre alaridos escalofriantes y guaracheo rotundo; entre otras danzas más.
Ya que atardeció, cuando el crepúsculo mostraba su majestuosidad en los cielos, estaban en escena los mazahualas de Atlacomulco danzando “Moros con cristianos”.
Al finalizar dicha danza, Carlos Mango se desprendió de sus ropas quedando así un viejo de nombre Tanilo Santos.
Cuando todos estaban alrededor de la fogata un hombre se le acercó para invitarle de beber.
Estando afuera, el hombre trató de preguntarle cuál era la razón por la que él estaba allí, al principio no le quiso decir, pero aquel hombre le daba más de beber hasta que termino por contarle aquella historia.
Tanilo Santos le dijo que estaban en ese lugar para pedirle al señor de Chalma el milagro de curar a don Donato Becerra. Pues se metió en la política y un día una persona se le acercó y le pidió unos centavos, al momento de sacarlos le dieron unos machetazos. Y vinieron a pedirle al señor de Chalma que lo dejara con vida aunque sea por unos cuantos meses.
Nos habla de que tipo de costumbres tienen las diferentes culturas que hay en nuestro país, además de que cosas suelen tomar como lo es el mezcal y también como duermen la gente de pueblo que van a otros pueblos. También me intereso lo que dice del señor de “el señor de Chalma” que es carero y cumplidor, haciendo referencia a que para ir allá
les cuesta dinero y por eso creen que es de obligación que él les cumpla lo que ellos piden.
Palomaa&&Oscar Lopez♥
La venganza de carlos mango
ResponderEliminarEn la víspera de día de Reyes en Chalma danzaron muchas compañías
de danzantes, eran los otomíes de Meztitlán que ejecutaban al son de tamboriles y pitos de carrizo “Los Tocotines”; “La Mariposa y la Flor” con el inconfundible sonido de violines y arpas; entre alaridos escalofriantes y guaracheo rotundo; entre otras danzas más.
Ya que atardeció, cuando el crepúsculo
mostraba su majestuosidad en los cielos, estaban en escena los mazahualas de Atlacomulco danzando “Moros con cristianos”.
Al finalizar dicha danza, Carlos Mango se desprendió de sus ropas quedando así un viejo de nombre Tanilo Santos.
Cuando todos estaban alrededor de la fogata un hombre se le acercó para invitarle de beber.
Estando afuera, el hombre trató de preguntarle cuál era la razón por la que él estaba allí, al principio no le quiso decir, pero aquel hombre le daba más de beber hasta que termino por contarle aquella historia.
Tanilo Santos le dijo que estaban en ese lugar para pedirle al señor de Chalma el milagro de curar a don Donato Becerra. Pues se metió en la política y un día una persona se le acercó y le pidió unos centavos, al momento de sacarlos le dieron unos machetazos. Y vinieron a pedirle al señor de Chalma que lo dejara con vida aunque sea por unos cuantos meses.
LA VENGANZA DE CARLOS MANGO @:
ResponderEliminarpues esta historia si me agrado de lo que trata pero nos abla mucho de la discriminación por ejemplo nos ponen a qui eran los oto míes de meztitlán que ejecutaban al son de tamboriles y pitos de carrizo “Los tocotines :3 (algo hermoso por cierto e interesante!)
pero también nos cuenta como se van relacionando los dos & como con tanto beber el hombre le contó toda su historia & como quería vengarse de aquel político & como quería pegarle $: ami eso ya no me gusto por que también el rencor no lleva a nada bueno & solo sirve para mi opinión la venganza para destruir a esa persona pero a la ves a ti mismo (me inspire xD) muy interesante toda la historia ;p)
ami me parecio muy interesante este cuento
ResponderEliminaryuli
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